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ISSN 1989-4163

NUMERO 79 - ENERO 2017

La Última Amapola

Javier Neila

El anciano se sienta en el salón, rodeado de sus bisnietos. Todos le miran expectantes, en silencio, con los ojos muy abiertos. Los más pequeños se sientan a sus pies, compitiendo para que les acaricie el pelo mientras habla. Casi todas las luces del salón están apagadas, excepto el árbol de Navidad, y el fuego de la crepitante chimenea arranca destellos de oro a la copa de brandy que sostiene su huesuda mano, y destellos de plata a las miradas intensas de su público infantil. Pocas veces coinciden todos los pequeños en su casa; y es precisamente en esos días de especial celebración, cuando el viejo veterano de la Gran Guerra es el centro de atención de toda la chiquillería que hoy ocupa la enorme casa.

El viejo Harry es el último superviviente de la batalla de Amiens, cuando el Ejército Aliado, aquel 8 de agosto de 1918, y aun perdiendo más hombres y caballos que sus enemigos, dio el golpe de gracia al exhausto Imperio Alemán. Desde entonces, durante casi toda su vida, ha pasado las tardes de los viernes en el pub “The eight bells”, el local más viejo y con más solera de todo Saffron Walden, en el Condado de Essex, donde siempre se ha reunido con los veteranos del pueblo, para tomarse una pinta de Stella Artois y brindar por la el Rey o la Reina, el Imperio y los camaradas caídos. Pero desde que murió su último amigo, Jacob Thornton “Jake”, no ha querido volver a pisar el pub; y de eso hace ya cuatro inviernos.

-Todos los veteranos se mueren en invierno. Es esta maldita humedad en los huesos que nos acompaña desde entonces... -Suele repetirse.

A veces se le ve por la iglesia anglicana del pueblo, pero sin falta cada 11 de noviembre, en la misa conmemorativa en recuerdo de todos los caídos en la Gran Guerra en defensa de la Civilización. Sigue dejando al salir del viejo templo, una pequeña cruz de madera con la amapola clavada en el centro, en el monumento a los caídos que preside el cementerio, y que está plagado de amapolas durante todo el año, tanto allí como en todas y cada una de las localidades que hay en todo Reino Unido. El lema “Por vuestro futuro sacrificamos nuestro presente” corona la base de la gran cruz de piedra.

-Nunca debemos olvidar a los que allí se quedaron -Se dice. Pero la verdad es que cada vez hay más compañeros de los que ya no puede recordar ni su cara ni su nombre.

Hoy sin embargo, es un día de alegría, y antes de la cena, como siempre, sus biznietos  le piden que cuente lo mismo;  y como ha hecho todas las Navidades, primero a sus hijos, luego a sus nietos y ahora a sus biznietos, les vuelve a repetir aquel día en que, recién promovido al empleo de segundo teniente, asaltó las trincheras alemanas, sable en mano, al frente de su sección del XXIX batallón de Fusileros del Regimiento de Infantería ligera de Durham, acuchillando o tiroteando con su revólver a todos los “hunos” que iba encontrando en su camino por la serpenteante línea de trincheras, llena de nidos de ametralladora, hasta que ya no quedó nadie a quien enfrentarse. Aquel día ganó la Cruz Militar y un pasado que recordaría toda su vida.

–Si me hubiesen matado o dejado inválido, de seguro que me habrían concedido  la Cruz Victoria -solía decir, con cierta frivolidad.

A veces, mientras cuenta por enésima vez sus aventuras, esgrime su viejo sable y los impresionados niños ven su brillo que, después de tantos años, aún revela que fue mudo testigo de feroces combates. En su cazoleta, llena de muescas, puede verse el anagrama del rey Jorge V,  bajo la corona real; en la desgastada y mellada hoja, el grabado al ácido del escudo de su Regimiento; y en el recazo, la marca del banco de pruebas del maestro espadero de Wilkinson.

Tras la cena, que cada año le parece más breve, la casa vuelve a su habitual y doloroso silencio. Sus biznietos duermen ya felices en sus casas, abrazados a los regalos que les ha traído Santa Claus. Con sus hijos, nietos y sus distantes cónyuges, como en años anteriores, apenas ha intercambiado más que unas palabras de distante cortesía. Harry vuelve a estar solo.

Antes de colgar el sable sobre la chimenea, lo desenfunda con un escalofrío; una extraña sensación del que lo hace por última vez.

-Todos los veteranos se mueren en invierno. Es esta maldita humedad en los huesos que nos acompaña desde entonces...

 

Henry John "Harry" Patch, el último veterano de la Primera Guerra Mundial, murió en 2009.

La última amapola

 

 

 

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